CUARTA SESIÓN: EN EL LABERINTO DE CRETA


EUROPA, TESEO, ÍCARO

Vamos a contar la historia de una saga mitológica que tiene como epicentro la isla de Creta. Tras hacer la localización en el mapa de esta isla y de su capital Cnosos, nos adentraremos en nuestro propio laberinto narrativo, que nos obligará a tomar una serie de decisiones para llegar al final de la historia y salir de ella. Así comprobaremos también el conocimiento previo que tenéis sobre estos tres mitos, al tiempo que desarrollamos la capacidad de adivinar, deducir y entrenarnos en la construcción de relatos.

Procedimiento:

1.)   Lectura colectiva en clase del planteamiento de la historia

2.)   Lectura individual de los dos nudos, tras la cual, el discente deberá tomar una opción y pasar a la lectura solo de los desenlaces que le corresponden al nudo elegido

3.)   Lectura individual de los desenlaces a los que ha tenido opción y decantación por uno de ellos.

4.)   Al final, cada alumno o alumna habrá elegido un camino:

Ej.: PLANTEAMIENTO, NUDO2, DESENLACE4
      PLANTEAMIENTO, NUDO1, DESENLACE1
     Etc


5.) Sin embargo, solo uno de ellos es el correcto, y tendrán que confirmarlo tras la lectura en casa de los tres mitos tal como vienen en el libro de referencia. Cada alumno o alumna habría escrito en el blog la que cree que es la respuesta correcta y así veremos cuántos acertaron y lograron salir del  laberinto narrativo



PLANTEAMIENTO

Bañada por las cálidas aguas del Mediterráneo, se levantaba la ciudad de Tiro, donde reinaba un hombre llamado Agenor. De entre sus seis hijos, solo uno era mujer: la hermosísima Europa. Tan bella era esta muchacha de cabellos anaranjados que su padre temía que pudiera volver locos a los hombres, por lo que nunca le permitía ir sola a ninguna parte. Siempre vigilada por él o alguno de sus hermanos, durante muchos años nadie que no perteneciera a la familia pudo contemplar a Europa.

Pero los dioses sí podían verla y el más poderoso de ellos, Zeus, se enamoró perdidamente de ella. Aunque sabía que si se presentaba ante Europa en forma de hombre su familia le cerraría el paso.

Entretanto, la muchacha dedicaba sus horas al juego y al paseo. Un día, mientras recogía flores con sus amigas en la playa, avistó un rebaño de bueyes. Eran veinte o treinta, de pelaje muy vulgar. Todos, menos uno: un toro blanco como la nieve, corpulento, de pelaje resplandeciente y cuernos dorados.

Europa se echó a correr tras él sin hacer caso a sus amigas, que le advertían del peligro, y se acercó al toro.

  • -       ¡Ten cuidado no te haga daño! – dijeron las amigas.
  • -       ¿Qué daño me va hacer, si es más manso que un corderito?- replicó Europa confiada.


Empezó a acariciarlo y a susurrarle canciones al oído, mientras sus hermanos permanecían impasibles ante la actitud inofensiva del toro. Tanto se confió Europa que subió a su lomo. El toro aceptó el juego y comenzó a caminar lentamente, pero no era en realidad lo que parecía. Se trataba de un dios metaforseado en bestia: el mismísimo Zeus, que ardía en el fuego incontrolable del amor…

NUDO 1

De repente, un temblor inesperado sacudió la tierra y el toro se lanzó como una flecha mar adentro.

  • -       ¿Qué será de mí? – se preguntó Europa, comprendiendo el engaño.


El animal se detuvo al llegar a Creta, isla de altas montañas y fértiles llanuras. Allí, junto a una fuente y a la sombra de un platanero, Zeus reveló a Europa quién era en realidad y le descubrió su amor. De ese amor nacieron tres hijos, que se quedaron con Europa en la isla que el padre de los dioses les había regalado, aunque este regresó pronto al Olimpo.

Uno de esos tres vástagos reinó en Creta: Minos, un rey ambicioso que no le bastó con gobernar su isla sino que se embarcó a menudo en conquistar otros territorios de la orilla norte del Mediterráneo, como las ciudades de Atenas y Megara.

Minos había tenido dos hijas con su mujer, Pasifae, pero ningún varón. El rey ansiaba un heredero para su imperio y, cuando su mujer le dijo que estaba embarazada por tercera vez, estalló de gozo.

Sin embargo, Pasifae dio a luz y la alegría de Minos se quebró en pedazos: aquel hijo tan deseado era en realidad un ser monstruoso, con cabeza de toro y cuerpo de hombre, al que pronto empezaron a llamar ‘el Minotauro’: el ‘toro de Minos’.

  • -       ¡Este monstruo no puede ser hijo mío! –gritó Minos a su esposa  
  •  ¿Con quién me has engañado?


Pasifae no tuvo más remedio que confesar que había tenido amores con un magnífico toro blanco que había visto pastando en los valles de Creta. Entonces Minos recordó la historia de su madre, Europa, y sospechó que aquel toro podía haber sido un dios.

Por eso le dio miedo matar al Minotauro y, para esconderlo, ideó otro ardid. Así que llamó a un arquitecto e inventor genial del que había oído hablar mucho: Dédalo.

  • -       Quiero que construyas un laberinto para encerrar al Minotauro aquí, en Cnosos, la capital de Creta. Un laberinto con una distribución tan complicada que solo un dios sea capaz de salir de él – le ordenó Minos a Dédalo.


Y así se hizo. Y para que pudiera alimentarse el Minotauro, el rey encerraba cada año en el laberinto a siete muchachas y siete muchachos de los territorios conquistados. Uno de elegidos fue el mismísimo príncipe de Atenas, Teseo.

Nadie en el viaje a Creta podía entender por qué Teseo estaba tan tranquilo. “Confío en mi mismo”, solía decir.

Luego el amor se puso de su lado. Al llegar a puerto, se encontraba allí una hermosa muchacha, Ariadna, hija mayor del rey Minos. Ariadna quedó inmediatamente prendada del apuesto Teseo y maldijo su suerte porque el destino de tan bello joven fuera ser devorado por el Minotauro. Así que aquella noche no pudo dormir y abandonó el palacio real de Cnosos en busca de Dédalo.

NUDO 2

Llegados a un punto, Zeus decidió deshacer el entuerto y confesar a Europa sus sentimientos. Esta, asombrada, no podía dar crédito a lo que estaba oyendo de boca de aquel bravo toro. Sabía también que no podía desobedecer a un dios.

  • -       Si duermes conmigo, tus hijos serán semidioses – le dijo Zeus seductoramente.


Pero Europa sabía que eso solo sería posible lejos de Tiro y de su familia, por lo que a cambio de acceder a sus pretensiones le pidió al dios un reino donde pudieran gobernar sus descendientes.

Así fue como llegaron a Creta y como Zeus engendró en Europa tres hijos, aunque marchó pronto al Olimpo. El mayor de ellos, Minos, reinó en Creta y levantó su capital, Cnosos. Era un rey ambicioso y despiadado, que no se conformó con gobernar en su reino, sino que se embarcó también en la conquista de otras ciudades de la orilla norte del Mediterráneo, como Atenas y Megara.

Minos solo había tenido con su mujer, Pasifae, un hijo. Un varón enfermizo y enclenque. Así que Minos pidió a los dioses que le dieran otro descendiente con la fuerza de un toro para que pudiera heredar su imperio y extenderlo a sangre y fuego.

  • -       Estoy embarazada de nuevo.


El día que Pasifae reveló la buena nueva a Minos, el rey estalló de alegría. “Los dioses también se han doblegado a mis deseos”, pensó.

Sin embargo, estos no hicieron más que castigar su soberbia. A los nueve meses, la reina parió un monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre. Pronto lo llamaron ‘el Minotauro’: ‘el toro de Minos’.

  • -       ¡No puedo mostrar esta vergüenza al mundo! - exclamó el rey.


De esta manera, llamó a su arquitecto personal e inventor genial, Dédalo, para que le construyera al monstruo, en vez de un palacio, un laberinto del que solo los dioses supieran salir y donde los curiosos que quisieran reírse del Minotauro quedaran atrapados y fueran devorados por él.

Uno de esos curiosos era Teseo, príncipe ateniense que había logrado huir del asedio de Minos a su ciudad y que desde entonces le profesaba gran hostilidad. Cuando supo del nacimiento del Minotauro, ardió en deseos de embarcarse a Creta y reírse de él, pero sin quedar atrapado en el laberinto, claro.

De esta manera llegó a Cnosos y en el mismo puerto consiguió la dirección del arquitecto Dédalo.

  • -       Te daré todo el oro que logré salvar de mi reino si me entregas el plano con el camino de salida del laberinto – le propuso Teseo a Dédalo.


El arquitecto dudó por unos instantes, pero luego pensó en su hijo Ícaro, en lo caro que resultaba pagarle un buen instructor, en la racanería del rey Minos, que apenas si le recompensaba por los arduos trabajos que le encargaba. Así fue como accedió a los deseos de Teseo y le entregó los planos del laberinto.

Cuando Teseo entra y sale del laberinto sin caer en las fauces del Minotauro, es tal el ridículo que siente el monstruo ante la carcajada de los dioses, que pierde todo cuanto le quedaba de hombre y se convierte en un débil y hambriento carnero.

DESENLACE 1

Ariadna llamaba poco después a la puerta de Dédalo. Pero el arquitecto estaba ausente. Así que le abrió su joven hijo, Ícaro.

  • -       Necesito ver a Dédalo, soy la princesa Ariadna.


Desde el primer instante en que la vio, Ícaro ardió en deseos de abrazarla y, ensimismado por su belleza, acabó revelándole el secreto de su padre:

  • -     Basta con que el reo deje una alubia desde que entra en el laberinto hasta que llega donde el Minotauro. Una vez allí, solo necesitará una flecha para derrotarlo, siempre que le acierte en su único y enorme ojo. Después solo habrá de desandar el camino señalado por las alubias.


Horas más tarde, Ariadna se presentaba en el calabozo, le entregaba a Teseo las alubias, el arco y las flechas y ponía de esa manera en evidencia su amor por el ateniense.

  • -       No temas princesa, cuando derrote al Minotauro y salga del laberinto, iré a buscarte y te llevaré conmigo de regreso a Atenas.


Así fue como Teseo logró abatir al Minotauro y escapar del laberinto junto a Ariadna. El problema es que Ícaro también se había enamorado de ella. Así que, devorado por los celos, decidió raptarla.

Como hijo de un gran inventor, diseñó unos zapatos alados con un trozo de esparto, unas ramas y plumas de pájaro, que le permitirían trasladarla desde el palacio de Teseo en Atenas de regreso a Creta sin encontrar ningún obstáculo en el camino. De esta manera, un día que Ariadna regaba las flores en un balcón muy elevado se encontró de frente con Ícaro, suspendido en el aire, y con intenciones muy claras en su mirada.

Pero Ariadna anduvo más rápida y arrojó el agua que tenía preparada para el riego sobre los zapatos alados de Ícaro que, al mojarse, perdieron su carácter etéreo y dieron con los huesos del joven enamorado en el mar.


DESENLACE 2

Minutos después llamaban a la puerta de Dédalo.

  • -       ¿Qué os ocurre, princesa? – exclamó el arquitecto con asombro al ver a Ariadna – Pasad adentro, la noche es fría.


Una vez en la casa, Ariadna confesó a Dédalo su desesperación, su enamoramiento, su necesidad de salvar a Teseo.

  • -       Tú eres el único que puede ayudarme. Si él muere, moriré yo también de tristeza – le dijo Ariadna sollozando.
  • -       Pero, si salvo a Teseo, tu padre me acusará de traición.
  • -       ¡Os lo ruego…!


Dédalo no pudo por menos que terminar apiadándose de la muchacha y le explicó que para salvarse Teseo necesitaba un hilo de seda y una espada, y le dio las instrucciones de cómo utilizarlos para salir del laberinto.

Poco después, aún en la oscuridad de la noche, Ariadna visitó a Teseo en el calabozo, le entregó los instrumentos para salir del laberinto y las indicaciones de cómo usarlos, dejando patente su amor.

  • -       No temas, princesa. Saldré del laberinto y os llevaré conmigo a Atenas – le prometió Teseo.


Al alba, los soldados llevaron al príncipe ateniense hasta las puertas del laberinto. Una vez dentro, ató el cabo del hilo de seda a las mismas y luego, mientras avanzaba, fue desenrollando el carrete. De ese modo, cuando quisiera volver a la calle, no tendría más que enrollar de nuevo la seda en el carrete.

Todo salió según lo previsto. Con su ejemplar valentía, Teseo dio muerte al Minotauro clavándole en el corazón la espada de oro y escapando del laberinto. Al atardecer recogió a Ariadna emocionada y zarpó con ella rumbo a Atenas.

  • ¡Que los dioses te castiguen, maldito traidor! – estalló Minos en cólera, dirigiéndose a Dédalo – Te encerraré en el laberinto con tu hijo Ícaro y como imagino que sabrás escapar, pondré dos guardianes en la puerta para que os corten la cabeza si lo intentas.


Dédalo no podía soportar la idea de que su hijo tuviera que vivir y morir allí dentro. A las pocas horas de encierro, dio con la solución:

  • -       ¡Ya lo tengo! Saldremos de aquí volando.
  • -       No digas disparates. ¡Desde cuándo los hombres podemos volar!


Ícaro no podía salir de su incredulidad cuando Dédalo se presentó con un par de alas fabricadas con unas cañas, unidas con cera y forradas con pluma. Con ayuda de unas cuerdas se la ataron a la espalda y durante unas horas aprendieron a manejarlas como si hubieran nacido con ellas.

  • -       No debes volar demasiado bajo, porque las olas pueden empapar tus alas y volverlas tan pesadas que se caerían al mar. Tampoco debes volar demasiado alto, porque el sol derretiría la cera y también caerías al agua.


Fue entonces como iniciaron el vuelo hacia el norte. Pero Ícaro, inconsciente, se dejó llevar por la sensación de ingravidez y empezó a elevarse más y más. Hasta que el fulgurante sol derritió sus alas y su cuerpo cayó al mar, donde pereció ahogado.

DESENLACE 3

Airado por el desafío de Teseo, Minos decidió recurrir a los mismos dioses que habían lanzado tan terrible castigo sobre el Minotauro, avergonzando al rey de Creta. Entonces le preguntó qué debía hacer para volver a hacer de su hijo un monstruo por todos temido.

  • -       Puesto que Dédalo ha sido el traidor que ha entregado a Teseo el mapa para salir del laberinto, habrá de entregar a su hijo, Ícaro, como ofrenda a los dioses para que el carnero pueda devorarlo y volver a ser quien fue – le reveló Zeus.


Así lo ordenó Minos, pero Dédalo, abatido ante la idea de que su joven hijo hubiera de pagar con su vida la traición de su padre, le escondió entre las ropas, antes de entregárselo a los soldados del rey, unas alas que él mismo había diseñado con pergaminos y ramas de árbol.

  • -       Una vez que entres en el laberinto, sube a la torre más alta y escapa volando al anochecer.
  • -       ¡Pero los hombres no podemos volar!
  • -       Confía en mí. Solo tienes que tener en cuenta unas cuantas instrucciones. Y una advertencia: no te acerques al fuego durante la espera aunque haga mucho frío.


Ícaro atendió a las indicaciones de su padre y esperó desolado la llegada de la soldadesca real. Una vez encerrado en el laberinto, procedió tal como Dédalo le explicó y logró llegar a la torre más alta sin demasiados problemas. Pero, al caer la noche, el frío resultaba estremecedor.

Casi sin darse cuenta, poco a poco, y mientras esperaba que la oscuridad se hiciera completa, fue acercándose a la antorcha que iluminaba la torre con el objetivo de calentarse, pero sus alas de pergamino prendieron con el fuego.

Así que Ícaro no pudo escapar volando y, antes de que clareara el alba, tuvo que volver al corazón del laberinto, donde lo aguardaba el carnero, que lo devoró y volvió adquirir la corpulencia del Minotauro.

DESENLACE 4

Temeroso de que Minos pudiera castigar el resultado de su traición, Dédalo intentó una estratagema para quedar impune:

  • -       Te entregaré a mi hijo Ícaro como prenda para que lo encierres en el laberinto, de donde nunca saldrá. De esta manera, quedará en evidencia que ni el hijo del arquitecto que diseñó el laberinto ha podido escapar del Minotauro, por lo que este seguirá siendo imaginado por tus súbditos y enemigos como un fiero heredero al trono.


Minos se quedó meditabundo unos minutos, dubitativo ante lo que bien podría ser otra traición de su desleal arquitecto. Pero también se sentía atribulado por el impacto de la hazaña de Teseo. Así que, finalmente, acabó accediendo a la propuesta de Dédalo.

Sin embargo, este aún guardaba un as bajo su manga o, al menos, eso es lo que creía: entregó al joven Ícaro unas zapatillas aladas para que escapase del laberinto desde su torre más alta, al anochecer, sin que nadie se diera cuenta de la treta.

  • -       ¡Pero, los hombres no podemos volar!
  • -       ¡Cómo que no! ¿Es que no confías en el ingenio de tu padre?
  • -       Pero…
  • -       ¡Haz lo que te digo y nos salvaremos!


Ícaro se calzó las zapatillas aladas y esperó a que los soldados del rey vinieran para encerrarlo en el laberinto. Una vez allí subió directamente a la más elevada de sus atalayas, cerró los ojos y confió en la arrogancia de su padre. Mala apuesta, porque las zapatillas aladas no funcionaron e Ícaro cayó al mar, donde pereció ahogado.


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